martes, 1 de diciembre de 2020

 Gregorio Urbano Gilbert

Pedro Conde Sturla




Docenas de corresponsales y medios de prensa de muchos países cubrieron el evento que era un abierto desafío, casi una provocación, una imprudencia, pero teníamos que mostrarle al mundo que seguíamos vivos, coleando, en pie de guerra, y que teníamos el apoyo de multitudes que arriesgaban la vida para demostrarlo.

Habló mucha gente en la manifestación, habló Caamaño, varios compañeros del Catorce, funcionarios del gobierno, y recuerdo en especial –de un modo particularmente vivo– 
que habló también un personaje con aura de leyenda, casi desconocido, un casi olvidado símbolo nacional, la encarnación del honor patrio. Había nacido en 1898 y se llamaba Gregorio Urbano Gilbert.
En 1916, durante la primera intervención armada del imperio, ya era un muchacho de recia determinación, del tipo que se juega la vida a una sola carta, y sintió la sangre hervir cuando se enteró del desembarco de tropas norteamericanas en el puerto de San Pedro de Macorís. En ese momento tomó la decisión más trascendental de su vida.
Con un pequeño revolver y unas cuantas municiones se presentó en el muelle, estudió brevemente la situación, y se acercó a un grupo de oficiales que desembarcaban alegremente.
Alegres y arrogantes desembarcaban hasta que vieron a aquel muchacho solitario que los encañonaba con tan firme determinación, gritando palabras que no entendían y disparando con tan buena puntería, tumbándoles la alegría y la arrogancia, matando a un oficial, hiriendo a tres, provocando un desorden, un pánico mayúsculo, una desbandada tan aparatosa que le permitió escapar a la carrera, salir vivo sin un solo rasguño.
Después de mucho aventurar, en 1928 se integró a las guerrillas de César Augusto Sandino que combatían contra los norteamericanos en Nicaragua. Se distinguió en la refriega con grado de capitán y fue miembro del mando superior del ejército sandinista. En una memorable foto, aparece junto al estado mayor del bien llamado general de hombres libres. César Augusto Sandino.
Aquel 14 de junio estaba allí, en la tribuna, armado y decidido a continuar su lucha. A los sesenta y siete años, Gregorio Urbano Gilbert había regresado a las filas. Es uno de los más bragados y afortunados de nuestros héroes. 
Ese es el tamaño del personaje, un héroe antiimperialista cuya memoria hoy pretende agraviar un gobierno entreguista.

Uno de esos días de abril
La debacle
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