Hay pocas cosas tan abominables como la historia del colonialismo inglés, la forma en que los ingleses o Inglaterra (eufemísticamente Reino Unido), se apoderaron de medio mundo y crearon un imperio donde no se ponía el sol ni la luna, la manera brutal en que se dedicaron al expolio, al saqueo sistemático de la humanidad. Lo peor es que los ingleses se sienten superiores, se siente orgullosos del papel que han jugado, se sienten o quieren sentir como el pueblo que ha llevado la civilización, el orden, a tantos lugares donde imperaba la barbarie.
Civilización o barbarie es la consigna, civilización o barbarie es el pretexto para el sometimiento y el saqueo. Civilización a sangre y fuego. La justificación del expolio en que se basa la riqueza, el bienestar de los países colonialistas, de las grandes potencias que surgieron de la guerra y el saqueo que las convirtió en grandes potencias.África recibió el impacto de los civilizadores desde muy tempranas épocas, pero lo que sucedió desde el siglo XVI hasta mediados del siglo XIX fue algo tan brutal e inhumano que cuesta trabajo imaginarlo: el renacimiento de la esclavitud a una escala y crueldad que causa horror. La esclavitud de los negros africanos. El comercio de seres humanos, la compra y venta de seres humanos y su conversión en bestias de carga.
Los habitantes del África negra se convirtieron masivamente en mercancía y como mercancía eran transportados para ser convertidos en esclavos. Se habla de doce millones y se habla de veinte millones, quizás nunca se sepa con exactitud, pero la cifra es millonaria y el sufrimiento incalculable. Viajaban hacinados, apeñuscados, aherrojados en las bodegas de los barcos negreros, pasando hambre y sed, evacuando y orinando los unos al lado de los otros, enfermando y muriendo de disentiría o escorbuto o sarampión o viruela, desnutrición, deshidratación o depresión. Viajaban en un féretro en el que los negreros metían a la fuerza a más de los que razonablemente cabían para compensar la pérdidas, que podían elevarse hasta a un treinta por ciento, cuando no perecían todos en algunos casos. Quizás los más afortunados
Los ingleses inventaron un novedoso sistema para evitar el desordenado hacinamiento y aumentar la capacidad de carga: los organizaron racionalmente a la manera inglesa. Los metían, encadenados, en lo que nosotros llamamos un tramero, en estantes de madera, acostados, eso sí, ordenadamente uno al lado de otro desde el nivel superior al inferior, y en ese orden hacían desde luego sus necesidades. De tal suerte, alimentados con harina de maíz y agua sucia, «aplastados como los muertos en sus ataúdes, no podían darse la vuelta ni mover un palmo», como denunciaba el médico naval Thomas Trotter. La crueldad no parecía tener límites. (1)

Se calcula con cierto grado de aproximación, aunque la cifra puede quedarse corta, que desde 1660 a 1807 los ingleses traficaron con destino al llamado mundo nuevo unos tres millones de esclavos. Las ganancias también fueron millonarias y se reflejaron en la creciente prosperidad de la clase alta. Difícilmente Se encuentran mansiones o palacios ingleses de esta época que no hayan sido construidos con el dinero procedente del tráfico de esclavos, con el sudor y la sangre y las vidas de millones de negros africanos.
Después, cuando los inefables ingleses perdieron las colonias norteamericanas y se apoderaron de la india, de los recursos y población de la india y otras partes de Asia, se desinteresaron de la esclavitud, se convertirían en grandes paladines de la abolición y promulgaron él Acta para la abolición del comercio de esclavos. Una prohibición formal porque la trata de esclavos persistiría durante más de un siglo y medio. Se convirtió en un negocio ilícito y todavía más cruel y lucrativo.
África era un botín tan cercano, tan al alcance de la mano como apetitoso y un buen día los europeos decidieron repartírsela amigablemente. Se reunieron en una famosa Conferencia de Berlín en 1884 y decidieron civilizarla. Se la repartieron entre Inglaterra y Francia, Alemania, Bélgica, Italia, Portugal… La dividieron y subdividieron, trazando nuevas fronteras en algunos casos con regla y compás, juntando y separando pueblos y etnias. El propósito confeso era evitar enfrentamientos entre ellos, disputas que pudieran salirse de cauce y provocar grandes conflictos en el llamado continente Europeo, que en realidad es una península de Asia.
El reparto, sin embargo, no fue igualitario y algunos países se sirvieron con la cuchara grande. Inglaterra construyó un imperio colonial de norte a sur y Francia otro de este a oeste, y el Congo se lo regalaron al sanguinario Leopoldo II de Bélgica, el mutilador, el genocida que en unos pocos años redujo la población a la mitad.
Los conflictos entre las potencias colonialistas se producirían de cualquier manera e Inglaterra se encargó de planificar el más grande de todos . La primera carnicería mundial de la historia, por la que generalmente se culpa a Alemania. La guerra contra el que se estaba convirtiendo en su principal competidor y estaba a punto de desplazarla, la guerra contra el Imperio alemán que se convirtió también en guerra contra el Imperio austrohúngaro y el imperio Otomano.
El acontecimiento, de acuerdo a lo que demuestran los historiadores escoceses Gerry Docherty y Jim MacGregoren en la obra «Historia oculta: los orígenes secretos de la Primera Guerra Mundial», fue planificado al milímetro por una elite secreta inglesa, cuyos padres fundadores fueron Cecil Rhodes, William Stead, Lord Esher, Sir Nathaniel Rothschild y Alfred Milner.
«La historia de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) es una mentira deliberadamente elaborada. No el sacrificio, el heroísmo, el horrendo desperdicio de vidas o la miseria que siguió. No, ésas fueron cosas muy reales; pero la verdad de cómo comenzó todo y de cómo la guerra fue prolongada innecesaria y deliberadamente más allá de 1915 ha sido exitosamente encubierta durante un siglo. Fue creada una historia cuidadosamente falsificada para ocultar el hecho de que fue Gran Bretaña, y no Alemania, la responsable de la guerra».
Lo peor es que Inglaterra no se conformó con provocar la guerra, sino que la prolongó artificialmente con ayuda de los Estados Unidos. Sobre este tema, los mismos Gerry Docherty y Jim MacGregor han publicado otro libro demoledor: «Prolongando la agonía: cómo el establishment angloamericano extendió deliberadamente la Primera Guerra Mundial por tres años y medio».
De esto ya había hablado el almirante Consett, como explica E. V. Tarlé en su memorable «Historia de Europa (1917-1919)»:
«Añadiré que en la actualidad existe una opinión según la cual si toda una serie de establecimientos comerciales ingleses y otras empresas, malgrado sus exteriorizaciones de ferviente patriotismo, no hubiesen sostenido a Alemania, a lo largo de toda la guerra, con el envío de mercancía a través de los países escandinavos (desde luego para acumular fabulosas ganancias), Alemania quizás no hubiera resistido tanto tiempo. Este hecho sintomático se halla desenmascarado en todos sus pormenores en el libro del almirante inglés Consett, The triumph of civil forces, aparecido en 1927. El libro de Consett, después de algunos vanos intentos de la prensa del gran capital de hacerlo caer en el olvido, produjo a pesar de todo una gran impresión. La prensa inglesa lo recibió como una prueba de que la guerra pese a costar cada día torrentes de sangre, era prolongada de modo artificial y deliberada, en interés de los mismos capitales que la habían acarreado».
Desde el inicio del conflicto Inglaterra había infiltrado entre la numerosa población árabe del Imperio turco u otomano un caballo de Troya que respondía al nombre de T. H. Lawrence (no el de la película, sino el agente), el oficial británico que jugó un papel de primer orden en el levantamiento de los árabes a fuerza de millones de libras esterlinas. Aparte del dinero los ingleses y sus aliados franceses les habían prometido la creación de un estado panárabe una vez que se liberaran de los turcos y los árabes creyeron en la promesa. Pelearon con uñas y dientes, el imperio turco desapareció, pero los ingleses no cumplieron.
Regalaron Arabia a la obediente y confiable familia Saúd y dividieron los demás territorios antojadizamente en protectorados como el Mandato francés de Siria, el Mandato inglés de Iraq y el Mandato inglés de Palestina, el “British mandate” (1922-1948). En este territorio, la tierra y el hogar de los palestinos, implantarían como un cáncer maligno el estado de Israel en 1948. La fuente de todos los conflictos y todas las lágrimas en una región que no ha vuelto a conocer la paz.
Nota:
(1) ¿Cómo eran trasladados los esclavos africanos a las colonias de América?, https://www.muyinteresante.es/historia/31937.html
La Declaración de Balfour
Pedro Conde Sturla
24 noviembre, 2023

La élite secreta que dominaba en Inglaterra sigue siendo en esencia la misma que describen Gerry Docherty y Jim MacGregor en su «Historia oculta de la Primera Guerra Mundial»:
«La democracia británica, con elecciones regulares y cambios de gobierno, fue retratada como una red de protección confiable contra el gobierno despótico. Pero nunca ha sido así. Tanto los partidos conservadores como los liberales habían estado controlados desde 1866 por la misma pequeña camarilla que consistía en no más de media docena de familias principales, sus parientes y aliados, reforzados por ocasionales llegados con las credenciales “apropiadas”.»La Élite Secreta hizo una forma de arte de la identificación del talento potencial y del poner a hombres jóvenes prometedores, por lo general de la Universidad de Oxford, en posiciones que ayudaran a sus futuras ambiciones. Con la desaparición del Gobierno conservador en 1905, la Élite Secreta ya había seleccionado a sus sucesores naturales en el Partido Liberal: hombres confiables y confiados, inmersos en sus valores imperiales». (1)
Esa misma élite, el poder oculto de Inglaterra, había prometido a los árabes la creación de un gran estado y había ofrecido a Rusia el control sobre Estambul y el estrecho de los Dardanelos a cambio de su participación en lo que sería la Primera Guerra Mundial. La guerra prefabricada contra el Imperio alemán, el austríaco y el imperio turco otomano.
Inglaterra no tenía, por supuesto, ninguna intención de cumplir con los rusos ni con los árabes. En cambio le cumpliría a los zionistas. Con los zionistas tenía un acuerdo, un compromiso que se había hecho público el día 2 de noviembre de 1917: la famosa e infame Declaración de Balfour. Ésta se dio a conocer en una carta enviada por el ministro de Relaciones Exteriores británico Arthur James Balfour al barón Lionel Walter Rothschild, uno de los miembros permanentes de la élite secreta y prominente figura de la comunidad judía, amén de patrocinador del movimiento zionista. El excéntrico multimillonario que alguna vez se paseó en un coche tirado por cebras.
La Declaración estaba destinada a la Federación Sionista de Gran Bretaña e Irlanda, con lo que se buscaba concitar el apoyo o un mayor apoyo de la comunidad judía a la encarnizada guerra que se libraba en esos momentos en Europa, pero los verdaderos propósitos eran inconfesables.
«Foreign Office
»2 de noviembre de 1917
»Estimado Lord Rothschild:
»Tengo sumo placer en comunicarle en nombre del Gobierno de Su Majestad, la siguiente declaración de simpatía con las aspiraciones judías sionistas, declaración que ha sido sometida a la consideración del gabinete y aprobada por el mismo:
»«El Gobierno de Su Majestad contempla con simpatía el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y empleará sus mejores esfuerzos para facilitar el cumplimiento de este objetivo, quedando claramente entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no-judías existentes en Palestina, o los derechos y estatus político de que gozan los judíos en cualquier otro país.»
»Le agradeceré que lleve esta declaración a conocimiento de la Federación Sionista.
Suyo
Arthur James Balfour».
El movimiento zionista moderno había sido fundado por Theodor Herzl y Max Nordau a fines del siglo XIX, y contemplaba el establecimiento de un estado judío en Palestina, sin dar mayor importancia al hecho de que el territorio estaba poblado en su mayoría por palestinos. Muy pronto recibió el apoyo de numerosas personalidades judías y no judías y de los más poderosos banqueros del mundo, empezando por la tenebrosa familia Rothschild, que financió generosamente el proyecto con el mismo desenfado y sentido de los negocios con que había financiado guerras y todo tipo de negocios turbios.
Ahora, por primera vez, el zionismo recibía el apoyo, el espaldarazo, el respaldo público del Reino Unido para la creación de “un hogar nacional para el pueblo judío” en la tierra que ocupaban los palestinos. Unas setenta palabras tenía la Declaración. Poco menos de setenta fatídicas palabras para hipotecar el destino de un pueblo, de toda una región que ya estaba en la mira de los zionistas y del imperialismo inglés. El propósito de los ingleses y sobre todo el de los judíos no fue nunca compartir el territorio ni respetar «los derechos civiles y religiosos de las comunidades no-judías existentes», como se dice en la declaración de Balfour con palabras tan bonitas.
No los movía el altruismo, la intención era establecer un enclave colonialista, promover un asentamiento que obedecía y obedece a intereses económicos y estratégicos (y un poco también al deseo de los ingleses de librarse de los judíos). Los franceses, por igual, y otras potencias europeas darían respaldo a este proyecto.
« La declaración Balfour sella la alianza entre sionismo e imperialismo, al mismo tiempo que sella la suerte de las y los palestinos, que son simbólicamente desposeídos de su tierra por una potencia colonial que la concede a un movimiento en el que muchos de sus dirigentes no ocultan su intención de desposeerles de ella físicamente. Para el escritor Arthur Koestler, con la declaración Balfour, “una nación prometió solemnemente a una segunda el territorio de una tercera”.
»Recordar, 100 años más tarde, la promesa británica, es recordar que para las gentes palestinas la lucha contra la desposesión no comenzó en 1967, tras la ocupación de Cisjordania y la franja de Gaza, ni siquiera en 1948, en el momento de la creación del Estado de Israel. El proceso de desposesión se extiende a lo largo de un siglo y, contrariamente a la mitología mantenida por el movimiento sionista y sus aliados, la resistencia palestina es anterior a las primeras guerras israelo-árabes, en particular la gran revuelta de 1936, aplastada conjuntamente por los británicos y las milicias armadas sionistas».
El propósito era echarlos, en el mejor de los casos, hacerles la vida imposible a los palestinos para que se fueran, fastidiarlos, matarlos o exterminarlos como se está viendo en Gaza en estos días. Resulta evidente que los palestinos no eran considerados como gente ni se les daba más importancia que a un rebaño. Balfour había regalado algo que no le pertenecía y el hecho no parecía tener mayor importancia. De un plumazo había despojado a un pueblo. Pero el despojo no iba a resultar tarea fácil:
«El enclave judío en Palestina era singular también en otro sentido. Desde el principio fue una sociedad de colonos sin país natal: una colonia que nunca provino de una metrópoli. En cambio, tenía tras de sí un imperialismo que le delegaba sus poderes. El poder colonial británico constituía la condición inexcusable de la colonización judía. Sin la sólida fuerza de la policía y del ejército británicos, la mayoría árabe –el 90 por 100 de la población– hubiera parado en seco el avance sionista después de la Primera Guerra Mundial. El sionismo dependía por completo para su crecimiento de la violencia del Estado imperial británico. Cuando la población árabe comprendió al fin el alcance de la penetración judía, se alzó en una enérgica revuelta que se prolongó desde abril de 1936 hasta mayo de 1939 –históricamente, la primera Intifada y la más larga–. Londres desplegó 25.000 soldados y escuadrones de las fuerzas aéreas para aplastar la sublevación: fue la mayor guerra colonial del Imperio británico en todo el período de entreguerras. La campaña contrainsurgente estuvo instigada y apoyada por el yishuv, y los judíos proporcionaron la mayoría de los escuadrones de la muerte. Para el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el imperialismo británico había dejado fuera de combate a la sociedad política palestina, despejando el camino para el triunfo del sionismo tras la guerra». (Perry Anderson, «Precipitarse hacia Belén»).
Con lo que no contaron fue con la tenacidad, la voluntad, la capacidad de resistencia y de resiliencia, la indomable rebeldía del pueblo palestino, y con la prolongación y expansión de un conflicto de consecuencias impredecibles que no parece tener fin.
Notas:
(1) Hidden History: The Secret Origins of the First World War”, (2013).http://editorial-streicher.blogspot.com/2017/05/sobre-los-origenes-de-la-1-guerra.html)
(2) Julien Salingue, «Un siglo de desposesión».
(https://vientosur.info/centenario-de-la-declaracion-balfour-un-siglo-de-desposesion-y-de-resistencia/).
Goliat contra David (1)
Pedro Conde Sturla
1 diciembre, 2023

El mito de David y Goliat, del débil peleando contra el fuerte, cuenta una historia acomodaticia y retorcida en la que el débil aparece como el fuerte, una falacia,
Cierto es que Goliat, un filisteo, era grande y era fornido, pero David era un hondero, un experto en el manejo de un arma terrible que le dio la victoria a muchos ejércitos. La honda le permitió a David, un pastor de la tribu de Judá, matar a Goliat con ventaja, distancia y alevosía. Lo mató ventajosamente de una pedrada en la frente, con un proyectil que podía y puede ser equiparado a una bala. Anteriormente David había matado leones y osos que amenazaban su rebaño. Goliat nunca tuvo una oportunidad.Algo parecido sucedió y sucede con los judíos que ocuparon palestina en el siglo XX, entre el pueblo de David y el pueblo palestino, que toma su nombre de los filisteos, del pueblo de Goliat, que vivía en la misma región, la Franja de Gaza y sus alrededores.
Todavía recuerdo a Paul Newman luchando en condiciones tan desiguales contra los árabes montoneros y abusivos en la película Éxodo. Recuerdo la epidemia de películas sobre temas judíos made in Hollywood por los grandes estudios que poseían y poseen los judíos, la incesante apología de todo lo que tenía que ver con la grandiosa lucha de los judíos contra los malos. Los malos de las películas. El hecho es que en los Estados Unidos los judíos se hicieron dueño del cine y el cine judío se hizo dueño de la verdad.
Siempre es la historia de David contra Goliat, siempre están los judíos en condiciones de inferioridad, siempre son los que vencen en condiciones de inferioridad. Hace tiempo que se hicieron dueños de los Estados Unidos, pero todavía parecen estar en condiciones de inferioridad.
Eran ciertamente inferiores en número en el año de 1818, cuando terminó la primera carnicería mundial y los palestinos se libraron de la tutela del imperio Otomano para caer en las garras del imperio Británico, del fatídico “British mandate” (1922-1948), y luego en las garras de los judíos.
Dicho Mandato administraba los territorios que ocupan la actual Jordania y la Palestina propiamente dicha, dividida en dos por el Jordán e integrada hoy por Israel, la franja de Gaza y Cisjordania.
En esa época había unos setecientos mil árabes y unos sesenta mil judíos, pero la Declaración de Balfour y el establecimiento del Mandato Británico dieron lugar a un proceso de inmigración incontrolable. Veinte años después había casi medio millón de judíos.
Los palestinos recibieron en principio con simpatía a los recién llegados y les prestaron ayuda hasta que se dieron cuenta de que se estaban mudando masivamente, ocupando literalmente el territorio. Ocurrió entonces lo que tenía que ocurrir. Los palestinos se sublevaron y fueron aplastados por los ingleses, que movilizaron en su contra todo un ejército, como se dijo en una entrega anterior, y aplastaron la insurrección al cabo de tres años de feroces luchas (1936-1939) en las que «los judíos proporcionaron la mayoría de los escuadrones de la muerte». Todos los levantamientos posteriores serían reprimidos de igual manera, con la inestimable participación de los británicos.
Los judíos eran tan agresivos que incluso se volvieron ocasionalmente contra sus protectores y devolvieron la ayuda recibida con feroces ataques terroristas.
Veamos cómo cuenta Perry Anderson esta historia de Goliat y David:
«Aunque al abrigo del Imperio británico, los colonos judíos nunca estuvieron plenamente en sintonía con él. Las fricciones entre los colonos de ultramar y su base metropolitana constituyen una constante de la historia colonial, desde la Boston Tea Party y el cabildo de Buenos Aires hasta Ian Smith y la Organización de Estados Americanos (4). A diferencia de lo que sucedía en todos los demás casos, la relación del yishuv con Whitehall (5) estaba desprovista de lazos sentimentales de parentesco o de cultura. Con independencia de la anglofilia de algunos agentes de negocios en Londres como Weizmann, para los adustos dirigentes de la propia comunidad de colonos, el pacto entre el colonialismo británico y el nacionalismo judío era puramente instrumental (6). Las tensiones crecieron tan pronto como Londres, en su pretensión de refrenar el descontento árabe, intentó reducir gradualmente la inmigración judía en plena intensificación de la persecución nazi en Alemania. Con todo, la Segunda Guerra Mundial brindó una oportunidad al ala armada del sionismo laborista mayoritario de adquirir bajo mando británico experiencia y equipamiento militar y de asegurarse el apoyo de Churchill para un Estado judío independiente en Palestina, una vez que hubieran cesado las hostilidades (7). Sin embargo, el ala Irgun (8) del sionismo, más radical y mucho más pequeña, comandada por Begin, no esperó a la paz, lanzando una insurrección contra Gran Bretaña en 1944, para furia de Ben Gurión, cuyas fuerzas armadas colaboraron con los británicos para dar caza a sus miembros. Los continuos controles de inmigración después de 1945, cuando toda la enormidad del destino de los judíos europeos bajo los nazis era conocida, obligaron a la Haganah (9) a adherirse a la estrategia de la Irgun. Durante un año, Gran Bretaña tuvo que enfrentarse a una sublevación colona en toda regla; y pese a que el sionismo laborista, acobardado por las enérgicas contramedidas británicas, llamó al cese de la contienda en agosto de 1946, la Irgun y los LHI (10) no se dieron nunca por vencidos. Para la primavera de 1947, Gran Bretaña había traspasado su Mandato a las Naciones Unidas». (Perry Anderson, «Precipitarse hacia Belén»).
Lo que no cuenta Perry Anderson es que el 22 de julio de 1946, la mencionada Irgún, una organización terrorista cuyo jefe era Menachen Begin (futuro premio Nóbel de la Paz), voló el Hotel King David de Jerusalén, el cuartel general de la administración británica, matando a noventa y dos personas, incluyendo funcionarios civiles y militares ingleses.
Los británicos, “viendo que la situación se les iba de las manos” anunciaron inmediatamente su “deseo” de finalizar el mandato y procedieron a su retirada en mayo de 1948. Fueron, pues, los judíos los que inauguraron y siguen practicando el terrorismo en Palestina. Incluso, una vez establecido el estado de Israel, los servicios secretos se dieron a la tarea de cometer actos terroristas de falsa bandera contra los propios judíos que vivían en los vecinos países árabes para “motivarlos” a mudarse a la reconquistada tierra prometida.
Notas:
(4) Maxime RODINSON señaló esto tiempo atrás: Israel: A Colonial-Settler State?, Nueva York, 1973, pp. 64-65.
(5) Calle de Londres en la que se ubican un gran número de ministerios de la Administración británica y que se utiliza frecuentemente en sentido figurado para referirse al gobierno del Reino Unido. [N. de la T.]
(6) Para algunos agudos comentarios sobre el grado de comprensión por parte de Weizmann de los ingleses, véase David VITAL, Zionism: the Crucial Phase, Oxford, 1987, p. 163. Jabo- tinsky, tal y como observa este autor, era menos sentimental y más perspicaz: p. 365.
(7) El viejo sionismo de Churchill se basaba en creencias raciales, no religiosas. En 1937, expresó de forma inequívoca sus opiniones acordes con el darwinismo social a la Comisión Peel, comparando a los árabes palestinos con el emblema proverbial del egoísmo envidioso en el mundo animal: «no comparto la idea de que el perro de un pesebre tenga el derecho último sobre ese pesebre, aunque pueda haber estado echado allí durante mucho tiempo. No acepto ese derecho. No acepto, por ejemplo, que se haya cometido una gran injusticia con los pieles rojas de América, o con la población negra de Australia. No acepto que se haya cometido una injusticia con esta gente por el hecho de que una raza más fuerte, una raza de categoría superior, una raza con más mundo, por así decirlo, haya llegado y haya ocupado su lugar». Véase Martin GILBERT, Winston S. Churchill, comp. vol. 5, 3a parte, Boston, 1983, p. 616.
(8) Organización militar sionista de derechas, nacida en 1931 de la creciente insatisfacción entre las filas del sionismo radical con la actuación militar de la Haganá [véase nota 9]. Su nombre completo es Irgun Zui Leumi, que en hebreo significa «Organización Nacional Militar». Durante el período en el que estuvo activa (1937-1948), llevó a cabo ataques terroristas contra la población árabe (y en ocasiones también contra el Mandato británico) dentro de una campaña en pro de la constitución de un Estado judío en la tierra de Israel; fue disuelta en 1948 tras la creación del Estado de Israel. [N. de la T.]
(9) Tza Haganá Le Israel: organización militar «popular» creada en 1920 por los mismos funda- dores de la Histadrut [véase nota 26] como una fuerza armada nacional subordinada a un liderazgo político electo y autorizada a emplear su potencial militar en defensa de los intereses del pueblo judío. Aunque tanto para británicos como para árabes constituía una entidad ilegal, un grupo armado clandestino, el yishuv la consideraba un ejército popular de pleno derecho y, en efecto, pronto se revelaría como antecesora de las Fuerzas de Defensa de Israel. [N. de la T.]
(10) Lohamei Hirut Israel, que en hebreo significa «combatientes por la libertad de Israel». Grupo armado fundado por Yitzhak Shamir y Eliyahu Giladi en 1942, sucesor directo del grupo Stern (facción extremista radical de la Irgun capitaneada por Abraham Stern) y especializado en el asesinato de personalidades clave como forma de presión en pro de la creación de un Estado judío. [N. de la T.]
David contra Goliat (2)
Pedro Conde Sturla
9 diciembre, 2023

A lo largo de la historia reciente, la creación de un estado zionista en Palestina ha contado con el apoyo militar de Inglaterra, de Francia, de los Estados Unidos y hasta de la Unión Soviética, de los grandes banqueros judíos, de los cristianos zionistas, de grandes personalidades y de una inmensa disponibilidad financiera.
Parecería que todos querían una patria para los judíos y nadie los quería en su patria. De hecho, muchos países se negaron a aceptarlos, incluso en los peores momentos. Querían una patria, un país para los judíos, y de paso sacar a los judíos de sus países, cuando no exterminarlos.Los zionistas tuvieron desde el primer momento el apoyo de Inglaterra, que les permitió asentarse masivamente en Palestina, organizar sus fuerzas y planificar al milímetro el despojo de los palestinos que habían ocupado la región durante siglos.
Incluso antes de la fatídica Resolución 181 de las Naciones Unidas en 1947 (antes de la “recomendación” de partición de Palestina en dos estados y de la proclamación de independencia de Israel en 1948), existía un estado, una organización estatal zionista en Palestina. Los judíos tenían ya un ejército profesional y bien armado, oficiales y soldados entrenados y con experiencia militar reciente en la segunda carnicería mundial, un servicio de inteligencia, un sistema de administración pública.
La historia, como la cuenta Perry Anderson, es desgarradora. Demuestra que David siempre ha estado mejor defendido y pertrechado que Goliat.
4
«Entonces, como ahora, por Naciones Unidos se entendía Estados Unidos. En 1947, el control estadounidense de la organización en Nueva York, menos integral que hoy en día, era, con todo, absolutamente suficiente para determinar el resultado de sus deliberaciones sobre Palestina. En Washington, Truman era un sionista cristiano convencido. Una comisión de investigación, encabezada por un juez sueco con Ralph Bunche a su lado e intervenida por micrófonos ocultos sionistas, comunicó que había que dividir Palestina. Los judíos, con el 35 por 100 de la población, recibirían el 55 por 100 de la tierra; los árabes, con el 65 por 100 de la población, el 45 por 100 de la tierra. Dentro del Estado judío propuesto, habría prácticamente tantos árabes como judíos; dentro del Estado árabe, no habría casi ningún judío; estos porcentajes se justificaban aduciendo que cabía esperar que la futura inmigración judía a Israel creara en años venideros una mayoría decisiva en el territorio que se les adjudicaba. Sin duda impresionada por la campaña antiimperialista de la Irgun, la URSS –que por sí sola hubiera podido bloquear estos planes– los ratificó: he aquí el servicio fundamental que los inquebrantables ataques de Begin contra Gran Bretaña prestaron al sionismo. La resistencia al proyecto, muy extendida entre las naciones más pequeñas de las Naciones Unidas, se vio arrollada por los sobornos y el chantaje estadounidenses, dirigidos a garantizar el necesario voto de dos tercios de la Asamblea General (11). Truman, artífice del resultado, se tildó a sí mismo, con pleno derecho, de Ciro moderno.
»Las noticias sobre la resolución de las Naciones Unidas provocaron un alzamiento palestino espontáneo, aplastado en seis meses por el yishuv, mientras las fuerzas armadas británicas mantenían cercada la zona, garantizando que ningún ejército árabe pudiera intervenir. A su partida, se declaró el Estado de Israel y se lanzó un ataque postrero contra los ejércitos árabes. Superados en número y en artillería por las Fuerzas de Defensa de Israel, fueron derrotados por completo hacia principios de 1949, con una excepción, que constituyó la condición del triunfo judío. El verdadero plan de partición había precedido al plan simulado. Doce días antes de la resolución de las Naciones Unidas, la dirección sionista había ofrecido un pacto secreto a la monarquía hachemí de Jordania, entregándole Cisjordania a cambio de disfrutar de carta blanca en el resto de la región, dado que ambas partes estaban decididas a adelantarse a cualquier posibilidad de un Estado palestino (12). Jordania era un Estado cliente de Gran Bretaña, país que había dado su consentimiento al plan. Cuando estalló la guerra, el rey Abdullah se apoderó en el momento justo de su botín y dejó que sus aliados se las apañaran solos. Israel salió de la guerra con un territorio en sus manos mucho más vasto del que le concedían las Naciones Unidas, mientras que Jordania se anexionaba Cisjordania.
5
»En el transcurso de las dos oleadas bélicas entre noviembre de 1947 y marzo de 1949, pero sobre todo durante la primera, los ataques judíos expulsaron de Palestina a más de la mitad de la población árabe: cerca de 700.000 personas. Desde la mitad de la década de 1930 en adelante, el sionismo, tácitamente, había dado por sentada la evacuación de árabes del territorio que había elegido a través de la expulsión forzosa, puesto que la presencia de éstos resultaba incompatible con el Estado nacional homogéneo al que aspiraba, y para entonces estaba claro que no había ninguna posibilidad de comprar su claudicación. Extraoficialmente, sus dirigentes no se andaban con reparos en lo que a esta lógica se refiere (13).
»Cuando se presentó la ocasión, la aprovecharon. Las huidas árabes locales los ayudaron, pero el miedo que las impulsaba iba en función de las matanzas y de las expulsiones de la guerra librada por los altos mandos sionistas, en la que la masacre, el pillaje y la intimidación eran instrumentos de una política dirigida a propagar el terror entre la población escogida como blanco. La guerra de independencia judía desencadenó una impresionante operación de limpieza étnica, sobre la que ha descansado Israel en tanto que Estado desde entonces. Las expulsiones se llevaron a cabo en las típicas condiciones de Nacht und Nebel –al amparo de la oscuridad militar– en las que se cometieron prácticamente todos los crímenes de estas características en el siglo XX. Los vencedores idearon una peculiar serie de eufemismos, deconstruidos por Gabriel Piterberg más adelante en estas páginas, para ocultar el destino de los palestinos. La evacuación no fue exclusivamente de personas. Se expoliaron tierras y propiedades a una velocidad y a una escala nunca antes alcanzadas por ningún colono en la historia colonial. A principios de 1947, los judíos poseían el 7 por 100 de la tierra de Palestina. Hacia finales de 1950, se habían apropiado del 92 por 100 de la tierra dentro del nuevo Estado –incluidos en este botín casas y edificios de todo tipo (14)–. Apenas quedó un pequeño núcleo irreductible de 160.000 árabes, como refugiados internos dentro de Israel». (Perry Anderson, «Precipitarse hacia Belén»).
Notas:
(11) Entre otros bonitos detalles, Liberia –en origen, otro Estado de colonos creado a iniciativa estadounidense– fue informada de que se la sometería a un embargo de caucho si se atrevía a votar contra el plan de las Naciones Unidas. Los jueces del Tribunal Supremo Murphy y Frankfurter –nada menos– metieron en cintura a las Filipinas. Bernard Baruch cambió de posición ante la amenaza de que Francia se vería privada de toda la ayuda estadounidense si votaba en contra de la partición. El embajador cubano informó de que un país latinoamericano –posiblemente la propia Cuba, convertida por Truman en blanco de presiones prioritarias unos días antes («Cuba no jugará todavía»)– había recibido 75.000 dólares a cambio de su voto. Véase Michael COHEN, Palestine and the Great Powers, 1945-1948, Princeton, 1982, pp. 294-299. Cohen observa que los sentimientos de condolencia suscitados por el judeicidio no eran suficientes para la aprobación de la resolución de las Naciones Unidas: «Sería gracias a factores más mundanos que se obtendrían a última hora los votos adicionales que hacían falta».
(12) Véase el relato de Avi SHLAIM en Collusion Across the Jordan: King Abdullah, the Zionist Movement and the Partition of Palestine, Nueva York, 1988, pp. 110-116. Abdullah cobró por su connivencia en efectivo, después de haber señalado a un emisario de la Agencia Judía que «quien quiere emborracharse no debería contar los vasos», refiriéndose –tal y como lo expresa Shlaim– a que «aquel que quiere un Estado tiene que hacer las inversiones necesarias», op. cit., pp. 78-82.
(13) Las intenciones privadas y las declaraciones públicas desde el principio no concordaban. Ya en 1895, Herzl anotaba en su diario: «Intentaremos hacer que la población pobre se desvanezca al otro lado de la frontera, procurándole empleo en los países de tránsito y negándole simultáneamente cualquier tipo de empleo en nuestro país… Tanto el proceso de expropiación como el de erradicación de los pobres deben ser llevados a cabo discreta y circunspectamente». En 1938, Ben Gurion declaró al Ejecutivo de la Agencia Judía que no veía nada malo en la idea de «traslado obligatorio» de la población árabe, dando la siguiente explicación: «estoy a favor de la partición del país porque cuando, después de la fundación del Estado, nos convirtamos en una poderosa potencia, aboliremos la partición y nos extenderemos por toda Palestina». Para 1944, este hombre de Estado estaba previniendo a sus colegas de que sería impolítico hablar del «traslado» públicamente, «porque [nos] perjudicaría de cara a la opinión pública mundial», dando «la impresión de que no hay sitio en Palestina sin expulsar a los árabes» y empujando, así, a «los árabes a alzarse» en rebelión. Ante lo cual, Eliahu Dobkin, un colega Mapai, agregó tajantemente: «Habrá en el país una gran minoría [árabe] y habrá que expulsarla. No hay lugar para las inhibiciones internas por nuestra parte [en esta cuestión]»: véase Benny MORRIS, «Revisiting the Palestinian exodus of 1948», en Rogan y Shlaim, eds., The War for Palestine, Rewriting the History of 1948, Cam- bridge, 2001, pp. 41-47. [El Mapai era el principal partido del yishuv, fundado en 1930 por David Ben Gurion para dar forma política y organizativa a la facción socialista dominante del movimiento sionista; constituye pues un antepasado directo del Partido Laborista. (N. de la T.)] 14 Baruch Kimmerling, Zionism and Territory: The Socio-Territorial Dimension of Zionist Politics, Berkeley, 1983, p. 143.
La guerra sin fin (1)
Pedro Conde Sturla
15 diciembre, 2023

(Este artículo fue publicado el día 23 de Agosto de 2006 en Clave Digital y parece que fue ayer y que será hoy y mañana. Lo qué pasó entonces sigue pasando ahora a una escala mayor. Es la amplificación del horror. El horror, el horror, el corazón de las tinieblas de las que hablaba Conrad)
Cuando las potencias colonialistas implantaron el estado de Israel en la tierra prometida –la tierra de los palestinos-, los peores augurios no tardaron en cumplirse y los frutos de la manzana de la discordia prosperaron de tal modo que en pocos años convirtieron a la región, a toda la región, en una fuente de conflicto permanente y en cliente permanente de la industria armamentista de esas mismas potencias y otras que se añadieron. Todo un negocio redondo, el negocio de la guerra sin fin, el negocio de la muerte y las ganancias desorbitadas.
En uno de sus famosos documentales Michael Moore cita una frase de Orwell en el sentido de que la guerra no se hizo para ganarla sino para eternizarla. La guerra produce y reproduce los valores y miserias del sistema y contribuye en general a perpetuar el estado de cosas, el estado de opresión de los pobres que libran las guerras en nombre de la patria para enriquecer aún más a los ricos. No importa quien gane o pierda, la ganancia es la guerra en sí, sobre todo si se libra fuera de los territorios de los productores de armas, de los mercaderes de la muerte.
La determinación de librar una guerra sin fin en el territorio palestino no es, sin embargo, resultado unilateral de los intereses del colonialismo y de la libertad de mercado armamentista, sino el proyecto de la voluntad de un pueblo irreductible que lo ha perdido todo menos su dignidad.
Wole Soyinka, novelista nigeriano y premio Nobel de Literatura en 1986, declaró una vez en una entrevista, que a pesar de que ha habido conflictos más violentos, más sanguinarios que el de la tierra santa, la naturaleza del mismo y las condiciones de vida de los palestinos le parecían más terribles por varias razones:
«Primero, la arrogancia del robo. La tierra no es un artículo de lujo. Existe un vínculo emocional entre la gente y su tierra. Cuando a uno se la arrebatan, los sentimientos que provoca no se pueden comparar a los de la persona que ha perdido el coche. La tierra fue, por ejemplo, la clave del conflicto anticolonialista en Kenia. Fue lo que dio lugar al movimiento Mau Mau. No fue sólo lucha anticolonialista; existía ese factor adicional que hizo que esa lucha fuese más violenta en Kenia que en África occidental. Ese tipo de colonialismo, en el que la potencia extranjera ha ocupado la tierra, siempre se ha combatido con amargura extraordinaria».
Wole Soyinka afirma que «Lo que los palestinos han tenido que soportar aquí es ver cómo se comían su tierra. Sólo que en este caso los responsables, los que bombardean las casas, empujando a los palestinos de manera sistemática y año tras año, son seres humanos. Es como si a uno le amputaran una parte de su cuerpo».
Otro elemento que tipifica el drama palestino, a juicio del novelista, «es la humillación. Esa sensación del que ocupa un estatus de inferioridad en su propia tierra, en la tierra que uno cree que le pertenece. Observemos, por ejemplo, los retenes militares israelíes, los que controlan el movimiento de la gente y convierten los lugares donde residen los palestinos en verdaderas cárceles… Creo que el móvil de esos retenes no es tanto la seguridad; lo están haciendo para humillar».
Un viejo artículo de James Petras sobre el acoso a Ramallah y la autoridad palestina en época de Arafat parecería cosa de hoy y no deja de ser de hoy porque la tragedia es recurrente:
«Las imágenes de la fuerza militar de Israel han sido transmitidas al mundo entero. Soldados disparando en la cabeza a los heridos. Tanques derribando paredes de casas, oficinas, el complejo de Arafat. Cientos de niños y hombres, con las cabezas encapuchadas, siendo llevados a culatazos a los campos de concentración; helicópteros artillados destruyendo mercados; tanques destruyendo olivos, naranjos y limoneros. Las calles de Ramallah devastadas. Mezquitas y escuelas acribilladas a balazos, dibujos de niños hechos pedazos, crucifijos hechos añicos, paredes autografiadas por los merodeadores del ejército. Millones de palestinos rodeados por tanques: con la electricidad cortada, el agua, los teléfonos, sin alimentos. Las tropas de asalto rompen las puertas y los muebles y los utensilios de cocina, lo que sea que haga posible la vida. ¿Es que acaso alguien puede decir hoy en día que no sabía que los israelíes estaban cometiendo un genocidio contra todo un pueblo, apretujado en los sótanos, bajo las ruinas de sus hogares? A los sobrevivientes entre los heridos, a los agonizantes, se les niega deliberadamente la atención médica gracias a las decisiones sistemáticas y metódicas del Alto Mando israelí de bloquear todas las ambulancias, de arrestar y hasta disparar contra los conductores y el personal de emergencias médicas.
»Tenemos el dudoso privilegio de ver y leer al instante cómo se desarrolla todo este horror por parte de los descendientes del Holocausto, los que con hipocresía y rencor reivindican el monopolio del uso de la palabra que mejor describe el ataque contra todo un pueblo, con la complicidad de la mayoría de los israelíes – excepto unas pocas almas valientes».
Aparte de querer borrar del mapa a un país, en más de una ocasión los israelíes han destruído los registros de varios pueblos palestinos, las actas de nacimiento, los certificados de escolaridad, los pasaportes y las referencias académicas de los graduados en universidades, médicos, ingenieros, abogados que se quedaron sin títulos, sin constancia de estudio a los que habían dedicado una vida y sobre todo sin identidad. Los convirtieron en apátridas, seres extraños sin documentación posible, ni siquiera en el país natal.
La guerra sin fin (2 de 2)
Pedro Conde Sturla
22 diciembre, 2023
La opinión y temores del judío Noan Chomsky apuntan, por otra parte, a lo que muchos analistas han comenzado a llamar «La solución final» del problema Palestino. Recuérdese que «La solución final» fue el eufemismo que emplearon los nazis para referirse al exterminio total de los judíos. Los judíos, por supuesto, no utilizan hornos crematorios, pero lanzan bombas crematorias contra la población civil, sin distinción de mujeres y niños.
«Los EEUU —dijo Noan Chomsky en una reciente entrevista—consideran a Israel prácticamente como un retoño militarizado; lo protegen de críticas o acciones, apoyan pasivamente y, de hecho, abiertamente, su expansión, sus ataques a los palestinos y su progresiva apropiación de lo que queda del territorio palestino. Actúan como para hacer realidad un comentario que hizo Moshé Dayán a principios de los años 70 cuando era el responsable de los Territorios Ocupados. Dijo a su gabinete que deberían decir a los palestinos que no tienen solución para ellos, que vivirán como perros, y que quien se haya de ir que se vaya, y ya veremos a dónde nos lleva eso. Esta es, en resumen, la política a seguir. Supongo que EEUU continuará con esa política de una manera u otra».
Añade más adelante el brillante académico del MIT: «Lo que está ocurriendo en Gaza, (…) empieza con la elección de Hamás, a finales de enero. Israel y los EEUU inmediatamente anunciaron que iban a castigar al pueblo de Palestina por no votar lo correcto en unas elecciones libres. Y el castigo ha sido duro. »Al mismo tiempo, es parcialmente en Gaza, y en cierto sentido, -como escondido pero aún más extremo- en Cisjordania, donde Olmert anunció su programa de anexión, eufemísticamente llamada “convergencia” y aquí a menudo descrita como “retirada”, pero que de hecho consiste en una formalización del programa de anexión de tierras valiosas y de la mayoría de los recursos, incluida el agua, de Cisjordania, así como en una parcelación del resto, ya que Olmert también anunció que Israel ocuparía el Valle del Jordán. Bueno, pues eso se lleva a cabo sin violencia extrema y sin que se hable mucho de ello».
En está reciente fase del conflicto los intereses del colonialismo van alcanzando una definición precisa: la solución final en palestina y el dominio militar en el cercano oriente y parte del medio oriente, hasta la frontera con la india. El detonante o los detonantes de esta guerra etnicida y genocida fueron «la represión intensa y constante –dice Chomsky-; abundantes secuestros; numerosas atrocidades en Gaza; la continua toma de poder en Cisjordania -que de hecho, si continúa, supondrá simplemente el asesinato de una nación, el fin de Palestina».
PCS, miércoles, 23 de Agosto de 2006
Una reflexión desesperada
…Leo con tristeza, con impotencia e indignación este artículo publicado en Clave Digital en el año 2006 sobre la situación en Palestina y compruebo que todo ha cambiado para peor. En ese año los nazi zionistas respondían a los ataques de Hizbolá bombardeando y masacrando a la población civil del Líbano. Lucharon contra un enemigo que no pudieron derrotar y por primera vez perdieron una guerra frente a los árabes.
Ahora se lleva a cabo una devastación sistemática de la Franja de Gaza, y el clamor de una indignación mundial que incluye a millones de judíos no mueve a los dirigentes del estado de Israel a reflexionar. Exacerba más bien su crueldad, bombardean hospitales, masacran niños y niñas, golpean inmisericordemente donde más duele y seguirá doliendo. Pretenden exterminar o expulsar a una población de dos millones y medio de seres humanos. Quizás por eso dijo el brillante Saramago sobre los judíos:
«Comprendemos mejor a su dios bíblico cuando conocemos a sus seguidores. Jehová, o Yahvé, o como se le diga, es un dios rencoroso y feroz que los israelíes mantienen permanentemente actualizado».
Ahora bien, desde hace cien años los nazi zionistas han recibido el apoyo militar y armamentista de Inglaterra, han recibido el apoyo de los franceses en el desarrollo de la industria nuclear y la bomba atómica (de la que ya disponían en 1960 y estuvieron a punto de usar contra Egipto durante la guerra de Yom Kipur en 1973). Además ha recibido por igual el apoyo de los alemanes (traducido en submarinos con misiles dotados de posible capacidad nuclear), y han recibido sobre todo el apoyo del imperio usamericano, que lo ha dado todo, que ha movido portaviones y submarinos atómicos a las cercanías del conflicto para garantizar la victoria contra unos veinte o treinta mil guerrilleros de Hamas.
Como resultado del surgimiento del estado de Israel, Palestina quedó dividida en tres partes que Israel ha ido fagocitando. Se apoderó del Sinaí, de los altos del Golán, se anexionó Jerusalén oriental y ocupó Gaza y Cisjordania. Hasta hace poco, la Franja de Gaza era una especie de campo de concentración, una cárcel a cielo abierto, mientras que las aldeas y pueblos de Cisjordania han sido rodeados por muros ciclópeos y los colonos israelíes se están robando hasta la última pulgada de tierra.
Con todo, no parece que la voluntad de lucha del pueblo palestino se haya debilitado. Palestina, el pueblo palestino, asombra al mundo por su voluntad de resistencia, su terquedad y persistencia, su valor a toda prueba. En las ruinas de la Franja de Gaza, como en las ruinas de Stalingrado, se juega el destino de miles de seres humanos y quizás el destino de la humanidad.
En fin, al igual que Pablo Neruda en un famoso canto, yo también «digo mierda por una humanidad que deja morir solos sus héroes».
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