I
Pedro Conde Sturla
1 diciembre, 2023

El mito de David y Goliat, del débil peleando contra el fuerte, cuenta una historia acomodaticia y retorcida en la que el débil aparece como el fuerte, una falacia,
Cierto es que Goliat, un filisteo, era grande y era fornido, pero David era un hondero, un experto en el manejo de un arma terrible que le dio la victoria a muchos ejércitos. La honda le permitió a David, un pastor de la tribu de Judá, matar a Goliat con ventaja, distancia y alevosía. Lo mató ventajosamente de una pedrada en la frente, con un proyectil que podía y puede ser equiparado a una bala. Anteriormente David había matado leones y osos que amenazaban su rebaño. Goliat nunca tuvo una oportunidad.Algo parecido sucedió y sucede con los judíos que ocuparon palestina en el siglo XX, entre el pueblo de David y el pueblo palestino, que toma su nombre de los filisteos, del pueblo de Goliat, que vivía en la misma región, la Franja de Gaza y sus alrededores.
Todavía recuerdo a Paul Newman luchando en condiciones tan desiguales contra los árabes montoneros y abusivos en la película Éxodo. Recuerdo la epidemia de películas sobre temas judíos made in Hollywood por los grandes estudios que poseían y poseen los judíos, la incesante apología de todo lo que tenía que ver con la grandiosa lucha de los judíos contra los malos. Los malos de las películas. El hecho es que en los Estados Unidos los judíos se hicieron dueño del cine y el cine judío se hizo dueño de la verdad.
Siempre es la historia de David contra Goliat, siempre están los judíos en condiciones de inferioridad, siempre son los que vencen en condiciones de inferioridad. Hace tiempo que se hicieron dueños de los Estados Unidos, pero todavía parecen estar en condiciones de inferioridad.
Eran ciertamente inferiores en número en el año de 1818, cuando terminó la primera carnicería mundial y los palestinos se libraron de la tutela del imperio Otomano para caer en las garras del imperio Británico, del fatídico “British mandate” (1922-1948), y luego en las garras de los judíos.
Dicho Mandato administraba los territorios que ocupan la actual Jordania y la Palestina propiamente dicha, dividida en dos por el Jordán e integrada hoy por Israel, la franja de Gaza y Cisjordania.
En esa época había unos setecientos mil árabes y unos sesenta mil judíos, pero la Declaración de Balfour y el establecimiento del Mandato Británico dieron lugar a un proceso de inmigración incontrolable. Veinte años después había casi medio millón de judíos.
Los palestinos recibieron en principio con simpatía a los recién llegados y les prestaron ayuda hasta que se dieron cuenta de que se estaban mudando masivamente, ocupando literalmente el territorio. Ocurrió entonces lo que tenía que ocurrir. Los palestinos se sublevaron y fueron aplastados por los ingleses, que movilizaron en su contra todo un ejército, como se dijo en una entrega anterior, y aplastaron la insurrección al cabo de tres años de feroces luchas (1936-1939) en las que «los judíos proporcionaron la mayoría de los escuadrones de la muerte». Todos los levantamientos posteriores serían reprimidos de igual manera, con la inestimable participación de los británicos.
Los judíos eran tan agresivos que incluso se volvieron ocasionalmente contra sus protectores y devolvieron la ayuda recibida con feroces ataques terroristas.
Veamos cómo cuenta Perry Anderson esta historia de Goliat y David:
«Aunque al abrigo del Imperio británico, los colonos judíos nunca estuvieron plenamente en sintonía con él. Las fricciones entre los colonos de ultramar y su base metropolitana constituyen una constante de la historia colonial, desde la Boston Tea Party y el cabildo de Buenos Aires hasta Ian Smith y la Organización de Estados Americanos (4). A diferencia de lo que sucedía en todos los demás casos, la relación del yishuv con Whitehall (5) estaba desprovista de lazos sentimentales de parentesco o de cultura. Con independencia de la anglofilia de algunos agentes de negocios en Londres como Weizmann, para los adustos dirigentes de la propia comunidad de colonos, el pacto entre el colonialismo británico y el nacionalismo judío era puramente instrumental (6). Las tensiones crecieron tan pronto como Londres, en su pretensión de refrenar el descontento árabe, intentó reducir gradualmente la inmigración judía en plena intensificación de la persecución nazi en Alemania. Con todo, la Segunda Guerra Mundial brindó una oportunidad al ala armada del sionismo laborista mayoritario de adquirir bajo mando británico experiencia y equipamiento militar y de asegurarse el apoyo de Churchill para un Estado judío independiente en Palestina, una vez que hubieran cesado las hostilidades (7). Sin embargo, el ala Irgun (8) del sionismo, más radical y mucho más pequeña, comandada por Begin, no esperó a la paz, lanzando una insurrección contra Gran Bretaña en 1944, para furia de Ben Gurión, cuyas fuerzas armadas colaboraron con los británicos para dar caza a sus miembros. Los continuos controles de inmigración después de 1945, cuando toda la enormidad del destino de los judíos europeos bajo los nazis era conocida, obligaron a la Haganah (9) a adherirse a la estrategia de la Irgun. Durante un año, Gran Bretaña tuvo que enfrentarse a una sublevación colona en toda regla; y pese a que el sionismo laborista, acobardado por las enérgicas contramedidas británicas, llamó al cese de la contienda en agosto de 1946, la Irgun y los LHI (10) no se dieron nunca por vencidos. Para la primavera de 1947, Gran Bretaña había traspasado su Mandato a las Naciones Unidas». (Perry Anderson, «Precipitarse hacia Belén»).
Lo que no cuenta Perry Anderson es que el 22 de julio de 1946, la mencionada Irgún, una organización terrorista cuyo jefe era Menachen Begin (futuro premio Nóbel de la Paz), voló el Hotel King David de Jerusalén, el cuartel general de la administración británica, matando a noventa y dos personas, incluyendo funcionarios civiles y militares ingleses.
Los británicos, “viendo que la situación se les iba de las manos” anunciaron inmediatamente su “deseo” de finalizar el mandato y procedieron a su retirada en mayo de 1948. Fueron, pues, los judíos los que inauguraron y siguen practicando el terrorismo en Palestina. Incluso, una vez establecido el estado de Israel, los servicios secretos se dieron a la tarea de cometer actos terroristas de falsa bandera contra los propios judíos que vivían en los vecinos países árabes para “motivarlos” a mudarse a la reconquistada tierra prometida.
Notas:
(4) Maxime RODINSON señaló esto tiempo atrás: Israel: A Colonial-Settler State?, Nueva York, 1973, pp. 64-65.
(5) Calle de Londres en la que se ubican un gran número de ministerios de la Administración británica y que se utiliza frecuentemente en sentido figurado para referirse al gobierno del Reino Unido. [N. de la T.]
(6) Para algunos agudos comentarios sobre el grado de comprensión por parte de Weizmann de los ingleses, véase David VITAL, Zionism: the Crucial Phase, Oxford, 1987, p. 163. Jabo- tinsky, tal y como observa este autor, era menos sentimental y más perspicaz: p. 365.
(7) El viejo sionismo de Churchill se basaba en creencias raciales, no religiosas. En 1937, expresó de forma inequívoca sus opiniones acordes con el darwinismo social a la Comisión Peel, comparando a los árabes palestinos con el emblema proverbial del egoísmo envidioso en el mundo animal: «no comparto la idea de que el perro de un pesebre tenga el derecho último sobre ese pesebre, aunque pueda haber estado echado allí durante mucho tiempo. No acepto ese derecho. No acepto, por ejemplo, que se haya cometido una gran injusticia con los pieles rojas de América, o con la población negra de Australia. No acepto que se haya cometido una injusticia con esta gente por el hecho de que una raza más fuerte, una raza de categoría superior, una raza con más mundo, por así decirlo, haya llegado y haya ocupado su lugar». Véase Martin GILBERT, Winston S. Churchill, comp. vol. 5, 3a parte, Boston, 1983, p. 616.
(8) Organización militar sionista de derechas, nacida en 1931 de la creciente insatisfacción entre las filas del sionismo radical con la actuación militar de la Haganá [véase nota 9]. Su nombre completo es Irgun Zui Leumi, que en hebreo significa «Organización Nacional Militar». Durante el período en el que estuvo activa (1937-1948), llevó a cabo ataques terroristas contra la población árabe (y en ocasiones también contra el Mandato británico) dentro de una campaña en pro de la constitución de un Estado judío en la tierra de Israel; fue disuelta en 1948 tras la creación del Estado de Israel. [N. de la T.]
(9) Tza Haganá Le Israel: organización militar «popular» creada en 1920 por los mismos funda- dores de la Histadrut [véase nota 26] como una fuerza armada nacional subordinada a un liderazgo político electo y autorizada a emplear su potencial militar en defensa de los intereses del pueblo judío. Aunque tanto para británicos como para árabes constituía una entidad ilegal, un grupo armado clandestino, el yishuv la consideraba un ejército popular de pleno derecho y, en efecto, pronto se revelaría como antecesora de las Fuerzas de Defensa de Israel. [N. de la T.]
(10) Lohamei Hirut Israel, que en hebreo significa «combatientes por la libertad de Israel». Grupo armado fundado por Yitzhak Shamir y Eliyahu Giladi en 1942, sucesor directo del grupo Stern (facción extremista radical de la Irgun capitaneada por Abraham Stern) y especializado en el asesinato de personalidades clave como forma de presión en pro de la creación de un Estado judío. [N. de la T.]
II
Pedro Conde Sturla
9 diciembre, 2023

A lo largo de la historia reciente, la creación de un estado zionista en Palestina ha contado con el apoyo militar de Inglaterra, de Francia, de los Estados Unidos y hasta de la Unión Soviética, de los grandes banqueros judíos, de los cristianos zionistas, de grandes personalidades y de una inmensa disponibilidad financiera.
Parecería que todos querían una patria para los judíos y nadie los quería en su patria. De hecho, muchos países se negaron a aceptarlos, incluso en los peores momentos. Querían una patria, un país para los judíos, y de paso sacar a los judíos de sus países, cuando no exterminarlos.Los zionistas tuvieron desde el primer momento el apoyo de Inglaterra, que les permitió asentarse masivamente en Palestina, organizar sus fuerzas y planificar al milímetro el despojo de los palestinos que habían ocupado la región durante siglos.
Incluso antes de la fatídica Resolución 181 de las Naciones Unidas en 1947 (antes de la “recomendación” de partición de Palestina en dos estados y de la proclamación de independencia de Israel en 1948), existía un estado, una organización estatal zionista en Palestina. Los judíos tenían ya un ejército profesional y bien armado, oficiales y soldados entrenados y con experiencia militar reciente en la segunda carnicería mundial, un servicio de inteligencia, un sistema de administración pública.
La historia, como la cuenta Perry Anderson, es desgarradora. Demuestra que David siempre ha estado mejor defendido y pertrechado que Goliat.
4
«Entonces, como ahora, por Naciones Unidos se entendía Estados Unidos. En 1947, el control estadounidense de la organización en Nueva York, menos integral que hoy en día, era, con todo, absolutamente suficiente para determinar el resultado de sus deliberaciones sobre Palestina. En Washington, Truman era un sionista cristiano convencido. Una comisión de investigación, encabezada por un juez sueco con Ralph Bunche a su lado e intervenida por micrófonos ocultos sionistas, comunicó que había que dividir Palestina. Los judíos, con el 35 por 100 de la población, recibirían el 55 por 100 de la tierra; los árabes, con el 65 por 100 de la población, el 45 por 100 de la tierra. Dentro del Estado judío propuesto, habría prácticamente tantos árabes como judíos; dentro del Estado árabe, no habría casi ningún judío; estos porcentajes se justificaban aduciendo que cabía esperar que la futura inmigración judía a Israel creara en años venideros una mayoría decisiva en el territorio que se les adjudicaba. Sin duda impresionada por la campaña antiimperialista de la Irgun, la URSS –que por sí sola hubiera podido bloquear estos planes– los ratificó: he aquí el servicio fundamental que los inquebrantables ataques de Begin contra Gran Bretaña prestaron al sionismo. La resistencia al proyecto, muy extendida entre las naciones más pequeñas de las Naciones Unidas, se vio arrollada por los sobornos y el chantaje estadounidenses, dirigidos a garantizar el necesario voto de dos tercios de la Asamblea General (11). Truman, artífice del resultado, se tildó a sí mismo, con pleno derecho, de Ciro moderno.
»Las noticias sobre la resolución de las Naciones Unidas provocaron un alzamiento palestino espontáneo, aplastado en seis meses por el yishuv, mientras las fuerzas armadas británicas mantenían cercada la zona, garantizando que ningún ejército árabe pudiera intervenir. A su partida, se declaró el Estado de Israel y se lanzó un ataque postrero contra los ejércitos árabes. Superados en número y en artillería por las Fuerzas de Defensa de Israel, fueron derrotados por completo hacia principios de 1949, con una excepción, que constituyó la condición del triunfo judío. El verdadero plan de partición había precedido al plan simulado. Doce días antes de la resolución de las Naciones Unidas, la dirección sionista había ofrecido un pacto secreto a la monarquía hachemí de Jordania, entregándole Cisjordania a cambio de disfrutar de carta blanca en el resto de la región, dado que ambas partes estaban decididas a adelantarse a cualquier posibilidad de un Estado palestino (12). Jordania era un Estado cliente de Gran Bretaña, país que había dado su consentimiento al plan. Cuando estalló la guerra, el rey Abdullah se apoderó en el momento justo de su botín y dejó que sus aliados se las apañaran solos. Israel salió de la guerra con un territorio en sus manos mucho más vasto del que le concedían las Naciones Unidas, mientras que Jordania se anexionaba Cisjordania.
5
»En el transcurso de las dos oleadas bélicas entre noviembre de 1947 y marzo de 1949, pero sobre todo durante la primera, los ataques judíos expulsaron de Palestina a más de la mitad de la población árabe: cerca de 700.000 personas. Desde la mitad de la década de 1930 en adelante, el sionismo, tácitamente, había dado por sentada la evacuación de árabes del territorio que había elegido a través de la expulsión forzosa, puesto que la presencia de éstos resultaba incompatible con el Estado nacional homogéneo al que aspiraba, y para entonces estaba claro que no había ninguna posibilidad de comprar su claudicación. Extraoficialmente, sus dirigentes no se andaban con reparos en lo que a esta lógica se refiere (13).
»Cuando se presentó la ocasión, la aprovecharon. Las huidas árabes locales los ayudaron, pero el miedo que las impulsaba iba en función de las matanzas y de las expulsiones de la guerra librada por los altos mandos sionistas, en la que la masacre, el pillaje y la intimidación eran instrumentos de una política dirigida a propagar el terror entre la población escogida como blanco. La guerra de independencia judía desencadenó una impresionante operación de limpieza étnica, sobre la que ha descansado Israel en tanto que Estado desde entonces. Las expulsiones se llevaron a cabo en las típicas condiciones de Nacht und Nebel –al amparo de la oscuridad militar– en las que se cometieron prácticamente todos los crímenes de estas características en el siglo XX. Los vencedores idearon una peculiar serie de eufemismos, deconstruidos por Gabriel Piterberg más adelante en estas páginas, para ocultar el destino de los palestinos. La evacuación no fue exclusivamente de personas. Se expoliaron tierras y propiedades a una velocidad y a una escala nunca antes alcanzadas por ningún colono en la historia colonial. A principios de 1947, los judíos poseían el 7 por 100 de la tierra de Palestina. Hacia finales de 1950, se habían apropiado del 92 por 100 de la tierra dentro del nuevo Estado –incluidos en este botín casas y edificios de todo tipo (14)–. Apenas quedó un pequeño núcleo irreductible de 160.000 árabes, como refugiados internos dentro de Israel». (Perry Anderson, «Precipitarse hacia Belén»).
Notas:
(11) Entre otros bonitos detalles, Liberia –en origen, otro Estado de colonos creado a iniciativa estadounidense– fue informada de que se la sometería a un embargo de caucho si se atrevía a votar contra el plan de las Naciones Unidas. Los jueces del Tribunal Supremo Murphy y Frankfurter –nada menos– metieron en cintura a las Filipinas. Bernard Baruch cambió de posición ante la amenaza de que Francia se vería privada de toda la ayuda estadounidense si votaba en contra de la partición. El embajador cubano informó de que un país latinoamericano –posiblemente la propia Cuba, convertida por Truman en blanco de presiones prioritarias unos días antes («Cuba no jugará todavía»)– había recibido 75.000 dólares a cambio de su voto. Véase Michael COHEN, Palestine and the Great Powers, 1945-1948, Princeton, 1982, pp. 294-299. Cohen observa que los sentimientos de condolencia suscitados por el judeicidio no eran suficientes para la aprobación de la resolución de las Naciones Unidas: «Sería gracias a factores más mundanos que se obtendrían a última hora los votos adicionales que hacían falta».
(12) Véase el relato de Avi SHLAIM en Collusion Across the Jordan: King Abdullah, the Zionist Movement and the Partition of Palestine, Nueva York, 1988, pp. 110-116. Abdullah cobró por su connivencia en efectivo, después de haber señalado a un emisario de la Agencia Judía que «quien quiere emborracharse no debería contar los vasos», refiriéndose –tal y como lo expresa Shlaim– a que «aquel que quiere un Estado tiene que hacer las inversiones necesarias», op. cit., pp. 78-82.
(13) Las intenciones privadas y las declaraciones públicas desde el principio no concordaban. Ya en 1895, Herzl anotaba en su diario: «Intentaremos hacer que la población pobre se desvanezca al otro lado de la frontera, procurándole empleo en los países de tránsito y negándole simultáneamente cualquier tipo de empleo en nuestro país… Tanto el proceso de expropiación como el de erradicación de los pobres deben ser llevados a cabo discreta y circunspectamente». En 1938, Ben Gurion declaró al Ejecutivo de la Agencia Judía que no veía nada malo en la idea de «traslado obligatorio» de la población árabe, dando la siguiente explicación: «estoy a favor de la partición del país porque cuando, después de la fundación del Estado, nos convirtamos en una poderosa potencia, aboliremos la partición y nos extenderemos por toda Palestina». Para 1944, este hombre de Estado estaba previniendo a sus colegas de que sería impolítico hablar del «traslado» públicamente, «porque [nos] perjudicaría de cara a la opinión pública mundial», dando «la impresión de que no hay sitio en Palestina sin expulsar a los árabes» y empujando, así, a «los árabes a alzarse» en rebelión. Ante lo cual, Eliahu Dobkin, un colega Mapai, agregó tajantemente: «Habrá en el país una gran minoría [árabe] y habrá que expulsarla. No hay lugar para las inhibiciones internas por nuestra parte [en esta cuestión]»: véase Benny MORRIS, «Revisiting the Palestinian exodus of 1948», en Rogan y Shlaim, eds., The War for Palestine, Rewriting the History of 1948, Cam- bridge, 2001, pp. 41-47. [El Mapai era el principal partido del yishuv, fundado en 1930 por David Ben Gurion para dar forma política y organizativa a la facción socialista dominante del movimiento sionista; constituye pues un antepasado directo del Partido Laborista. (N. de la T.)] 14 Baruch Kimmerling, Zionism and Territory: The Socio-Territorial Dimension of Zionist Po- litics, Berkeley, 1983, p. 143.
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